Coca Cola es uno de los no muy extendidos ejemplos que los expertos en branding se refieren como el ideal de una marca. Coca Cola es ese líquido entre rojizo y marrón con burbujas, también es el nombre del producto y el nombre de la compañía. No es habitual que se den las tres circunstancias.
Si recibimos una caja con una etiqueta en el exterior que dice Coca Cola, podemos deducir sin temor a equivocarnos lo que guarda su interior.
Si la etiqueta reza Samsung, por ejemplo, será muy complicado hacernos una idea, cierto que el tamaño nos serviría de ayuda, pero no es el caso. Cierto también que con el paso de las décadas Coca Cola significa más cosas.
Para los que bebemos el líquido rojizo, marrón, Coca Cola es una bebida gaseosa que podemos combinar o no. Para los que trabajan en ella, Coca Coca es la que paga sus nóminas. Para otros será su proveedora y para otros, Coca Cola, es la marca que facilita que un evento se pueda llevar a cabo como patrocinador. O una de las numerosas compañías embotelladoras que tiene repartidas por el mundo.
Evolución del logotipo a lo largo de la historia de la marca
El pasado mes de septiembre Coca Cola lanzó una campaña en EE.UU, en mi opinión, acertada y necesaria que se repite en el tiempo, en la que habla precisamente de lo anteriormente expuesto y de más conceptos. Según la agencia encargada de la campaña, Creativity: "...con esta campaña se culmina una estrategia iniciada hace diez años por la que se devuelve la propiedad de las embotelladoras locales a compañías independientes"

Desconozco cuáles son las intenciones de la compañía al respecto de la globalización o no de esta campaña. En mi opinión sería adecuado extenderla por cuantos más países mejor. Se trata de una comunicación que puede empatizar a los consumidores y no consumidores con Coca Cola.
No deja de ser sorprendente que un 94% de la población mundial conozca el nombre de la marca.